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Hace tiempo, cuando tantas aguas
bajaban turbias, José Mª Pemán tuvo el valor intelectual de escribir un
artículo titulado: "El catalán, un vaso de agua clara", que aún
podría sonrojar a algunos. Permítasenos inspirarnos en aquel título
para decir algunas cosas sobre el aragonés, algo terso y limpio, como
nieve sin pisar.
El aragonés es una lengua románica formada al norte del actual Aragón
que se convierte tras la Reconquista en la lengua histórica propia del
Reyno de Aragón, mayoritaria en él y una de sus señales de identidad más
preciadas. Del siglo XIII al XV hay testimonios, de fuera y de dentro, que
dan fe de la identidad lingüística aragonesa, basada en un idioma propio
(aragonés, lengoatge d'Aragón, vulgaris aragonensis) diferenciado del
latín, del castellano y del catalán. Es una cuestión pacífica para el
mundo científico la identidad del aragonés, lengua histórica del reino,
y su continuidad en las hablas actuales del alto Aragón.
Es decir, los actuales hablantes de aragonés no son un cuerpo extraño
sino que representan la continuidad histórica (o la recuperación
voluntarista) de la comunidad lingüística mayoritaria y propia del viejo
Reyno. Por eso, la cuestión del aragonés no debe plantearse como un
problema extraño; ni siquiera como un problema. Es una cuestión de
respeto y de dignidad (y esto ya bastaría) pero, además, para los
hablantes se trata del derecho humano de poder vivir en la propia lengua
y, para todos, del derecho cultural al conocimiento, uso y disfrute de un
patrimonio inmaterial creado y conservado durante siglos.
El movimiento de recuperación del aragonés, gracias, no poco, a sus
intentos de establecer un modelo de lengua común aragonesa y a promover
su conocimiento y cultivo y el de las hablas locales, ha conseguido, al
menos, tres cosas: el interés de muchos por aprender y usar el aragonés,
lo cual ha despertado la autoestima de los hablantes tradicionales; que
los científicos hayan prestado al aragonés una atención que no habría
disfrutado un mero conjunto de hablas sin nombre ni referencia común y,
en fin, que la sociedad aragonesa haya cobrado conciencia de la existencia
de ese patrimonio cultural y de la necesidad de protegerlo, consolidarlo y
darlo a conocer.
En resumen, sin esos esfuerzos seguramente no estaríamos hablando del
aragonés, ni como problema ni como patrimonio.
Por otra parte, no es cierto que la mayor parte de la comunidad científica
considere el aragonés común "una invención". Ya se ha dicho
que, quizás sin esa incipiente, modesta y mejorable norma común, cientos
de trabajos sobre romanística, tipología, lingüística general,
estandardología y sociolingüística habrían ignorado al aragonés. Al
fin y al cabo, ésa es una de las funciones de la variedad común: servir
de escaparate de la lengua, de referencia externa para estudiantes y científicos,
que precisan de un objeto de estudio bien definido.
Dado que hay un consenso científico amplio acerca de los rasgos lingüísticos
que caracterizan al aragonés, la lengua común pretende ser la
materialización de los mismos en una variedad plenamente funcional,
hablada y escrita. En ella se plasmarán las decisiones comunes sobre
cultismos y neologismos y tendrá una grafía integradora que visualice la
unidad geográfica e histórica de la lengua. La sintaxis es de tipo románico
central, muy uniforme, y no dará problemas. Y respecto a la variación léxica,
en castellano las abejas tienen aguijón, guizque, guijo, púa, puyón,
raigón, rejo, rejón, ferrón, herrete, pincho, lanceta, pico, harpón,
etc. y no pasa nada. Ni siquiera debe de ser grave que Harry Potter haya
sido traducido a tres paraestándares, ya que no hemos oído protestar a
las Academias ni a la eñe se le ha despeinado el tupé.
Es hora ya de que esas delicadas tareas normativas las realice una
autoridad lingüística con legitimidad, con representación de todas las
variedades geográficas de la lengua, de la comunidad científica, de los
usuarios actuales y potenciales y de todas las sensibilidades que han
trabajado en la recuperación del aragonés. De la norma que resulte podrán
alimentarse las hablas locales y encontrar soluciones comunes para todo lo
que no sea estrictamente patrimonial. Esta es la función de referencia
interna.
Concluyendo, la variedad común (representativa, cultivada, disponible y
flexible) hará visibles las características lingüísticas del aragonés
y servirá de referencia para una masa crítica de usuarios: científicos,
hablantes, estudiantes, poderes públicos, industria cultural y de ocio...
Sin ella, como un conjunto atomizado de "microlenguas", el
aragonés no sobrevivirá. Con ella, tiene esperanzas.
Firman: Maria Pilar Benítez (Doctora en Filología Hispánica), José
Domingo Dueñas (Doctor en Filología), Francho Nagore (Doctor en
Filología Hispánica). Filólogos: Carlos Abril, Maria Jesús Acín,
Tresa Arnal, Basi Broto, Maria Pilar Casasnovas, Manuel Castán, Pilar
Claver, Ester Conrat, Chorche Díaz, Nieves Escartín, Maria Ángeles
Francés, Antón Gil, Maria Dolores González, Chabier Lozano, Manuel
Marqués, Feliciano Martínez, Chusé Inazio Nabarro, Mª Teresa Otal
Piedrafita, Paz Ríos Nasarre, Francho Rodés Orquín, Pedro Miguel Rubio
Rubio y Lois Chabier Tejada.
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